La concupiscencia (significado bíblico)


El término «concupiscencia» se refiere a un deseo intenso de obtener placer. En la mayoría de los versículos bíblicos donde encontramos esa palabra, su uso está relacionado con dejarse llevar por la naturaleza pecaminosa en algún área de nuestra vida.

Muchos asocian la concupiscencia con el placer sexual y esa es una de las áreas principales en las que se manifiesta. Pero también puede ser un deseo desmedido de obtener riquezas y placeres terrenales, o la inclinación a dejarse llevar por deseos descontrolados.

¡Qué bueno saber que en Cristo ya somos libres del poder del pecado! Los hijos de Dios no tenemos que vivir esclavizados por nuestros deseos y pasiones, ya que por la gracia de Dios somos libres de su poder (Romanos 6:11-23). Al aferrarnos a Dios recibimos las fuerzas necesarias para dejar atrás el pecado y vivir la vida santa y agradable a Dios que le glorifica en todo.

Porque cuando erais esclavos del pecado, erais libres acerca de la justicia. ¿Pero qué fruto teníais de aquellas cosas de las cuales ahora os avergonzáis? Porque el fin de ellas es muerte. Mas ahora que habéis sido libertados del pecado y hechos siervos de Dios, tenéis por vuestro fruto la santificación, y como fin, la vida eterna. Porque la paga del pecado es muerte, mas la dádiva de Dios es vida eterna en Cristo Jesús Señor nuestro.
(Romanos 6:20-23)

¿Cómo se manifiesta la concupiscencia?

Nuestros pensamientos

Podemos identificar la concupiscencia examinando nuestros pensamientos y nuestros anhelos más profundos. En Romanos 8:5-6 leemos:

Los que viven conforme a la naturaleza pecaminosa fijan la mente en los deseos de tal naturaleza; en cambio, los que viven conforme al Espíritu fijan la mente en los deseos del Espíritu. La mentalidad pecaminosa es muerte, mientras que la mentalidad que proviene del Espíritu es vida y paz.
(Romanos 8:5-6)

Debemos prestar atención a nuestros pensamientos, pues es ahí donde comienza la batalla. Por ejemplo, si pensamos que seremos más felices con más dinero y lujos o con otra persona (aparte de nuestro cónyuge) que supla nuestras necesidades sexuales o emocionales, nos dejaremos llevar por esos pensamientos, consciente o inconscientemente.

¡Necesitamos llenarnos del Espíritu Santo cada día! Aprendamos a discernir su voz y su mover para estar atentos y echar fuera todo pensamiento o anhelo que no venga del Señor. Si queremos vivir vidas plenas, bañadas de la paz del Señor, guardaremos nuestra mente y nuestro corazón.

Nuestro hablar - en voz alta y en nuestro corazón

En el libro de Santiago, capítulo 1, leemos algo interesante sobre las tentaciones.

Que nadie, al ser tentado, diga: «Es Dios quien me tienta». Porque Dios no puede ser tentado por el mal, ni tampoco tienta él a nadie. Todo lo contrario, cada uno es tentado cuando sus propios malos deseos lo arrastran y seducen. Luego, cuando el deseo ha concebido, engendra el pecado; y el pecado, una vez que ha sido consumado, da a luz la muerte.
(Santiago 1:13-15)

Una de las trampas del enemigo es la de hacernos pensar que esa «oportunidad» viene de parte de Dios. La llamamos así (oportunidad) porque si reconocemos que es una tentación, alertamos a nuestro espíritu de que es un engaño del diablo. ¡Llamemos las cosas por su nombre! Codicia es codicia. Lujuria es lujuria. Tentación es tentación. ¡Pecado es pecado! Y el pecado nos lleva a vivir fuera de la voluntad de Dios.

Pero, como bien dice Santiago, el pecado no es sentirse tentado. Eso es parte de la naturaleza humana y del mundo caído en que vivimos. Ahora bien, cuando entretenemos esa tentación en nuestros pensamientos, dejándonos seducir y decidimos pasar a la acción, ahí sí estamos pecando.

Tenemos que ejercer nuestra autoridad espiritual sobre los pensamientos que no vienen de Dios. Los echamos fuera en el nombre de Jesús y usamos la armadura que Dios nos ha dado para así plantar cara a las artimañas del maligno. Vea también: La armadura de Dios: su significado y cómo usarla.

A qué o a quién damos nuestro amor

En 1 Juan 2:15-17 encontramos un consejo muy sabio: nuestro amor debe pertenecer solo a Dios. ¿Tenemos el amor del Padre? Entonces, nuestro amor le pertenece a él, no al mundo ni las cosas que encontramos en él. Seremos tentados por los deseos carnales, por la codicia o por sentirnos importantes en la vida. Pero si nuestro corazón está donde tiene que estar, en Dios, venceremos la tentación y no nos desviaremos. Seguiremos amando y sirviendo a nuestro Padre celestial.

No amen al mundo ni nada de lo que hay en él. Si alguien ama al mundo, no tiene el amor del Padre. Porque nada de lo que hay en el mundo —los malos deseos del cuerpo, la codicia de los ojos y la arrogancia de la vida— proviene del Padre, sino del mundo. El mundo se acaba con sus malos deseos, pero el que hace la voluntad de Dios permanece para siempre.
(1 Juan 2:15-17)

Dios es el único eterno. Todo lo que hay sobre la tierra terminará. ¿Por qué esforzarnos tanto en satisfacer nuestros deseos físicos? El camino correcto, el que debemos procurar, es el camino de la obediencia a Dios, porque «el que hace la voluntad de Dios permanece para siempre».

Venciendo la concupiscencia

Medita en los siguientes versículos bíblicos e intenta memorizarlos. Llena tu mente y tu corazón de la Palabra de Dios. Recuerda cómo Jesús venció la tentación: hablando la Palabra (Mateo 4:1-11). Sigue su ejemplo y vive la vida victoriosa que él ya obtuvo para ti.

Recuerda que perteneces a Cristo

Los que son de Cristo Jesús han crucificado la naturaleza pecaminosa, con sus pasiones y deseos.
(Gálatas 5:24)

Los que son de Cristo Jesús han crucificado la naturaleza pecaminosa, con sus pasiones y deseos. (Gálatas 5:24)

Cuida bien tu corazón

Por sobre todas las cosas cuida tu corazón, porque de él mana la vida.
(Proverbios 4:23)

Ten la actitud de Jesús: niégate a ti mismo y cumple la voluntad de Dios

Por tanto, ya que Cristo sufrió en el cuerpo, asuman también ustedes la misma actitud; porque el que ha sufrido en el cuerpo ha roto con el pecado, para vivir el resto de su vida terrenal no satisfaciendo sus pasiones humanas, sino cumpliendo la voluntad de Dios.
(1 Pedro 4:1-2)

Rechaza todo lo mundano

En verdad, Dios ha manifestado a toda la humanidad su gracia, la cual trae salvación y nos enseña a rechazar la impiedad y las pasiones mundanas. Así podremos vivir en este mundo con justicia, piedad y dominio propio.
(Tito 2:11-12)

Pide a Dios que te muestre la salida, resiste y obedece

Ustedes no han sufrido ninguna tentación que no sea común al género humano. Pero Dios es fiel, y no permitirá que ustedes sean tentados más allá de lo que puedan aguantar. Más bien, cuando llegue la tentación, él les dará también una salida a fin de que puedan resistir.
(1 Corintios 10:13)

Vive la vida abundante que Dios te da

El ladrón no viene más que a robar, matar y destruir; yo he venido para que tengan vida, y la tengan en abundancia.
(Juan 10:10)

Llénate cada día del Espíritu Santo

Así que les digo: Vivan por el Espíritu, y no seguirán los deseos de la naturaleza pecaminosa.
(Gálatas 5:16)

Guarda tu mente: somete tus pensamientos a Dios

pues aunque vivimos en el mundo, no libramos batallas como lo hace el mundo. Las armas con que luchamos no son del mundo, sino que tienen el poder divino para derribar fortalezas. Destruimos argumentos y toda altivez que se levanta contra el conocimiento de Dios, y llevamos cautivo todo pensamiento para que se someta a Cristo.
(2 Corintios 10:3-5)

Aférrate a las promesas de Dios

Así Dios nos ha entregado sus preciosas y magníficas promesas para que ustedes, luego de escapar de la corrupción que hay en el mundo debido a los malos deseos, lleguen a tener parte en la naturaleza divina.
(2 Pedro 1:4)

Romanos 6:20-23

Vea también: