Confesar los pecados trae liberación. Quienes confiesan sus pecados a Dios, reconocen que actuaron mal, que le desagradaron y que merecen castigo. Dios perdona a quienes confiesan sus pecados porque demuestran el deseo de cambiar de vida. Dios nunca rechaza al corazón arrepentido. Él escucha, perdona y restaura.
Si decimos que no tenemos pecado, nos engañamos a nosotros mismos, y la verdad no está en nosotros. Si confesamos nuestros pecados, él es fiel y justo para perdonar nuestros pecados, y limpiarnos de toda maldad.
(1 Juan 1:8-9)
El que encubre sus pecados no prospera;
el que los confiesa y se aparta de ellos
alcanza la misericordia divina.
(Proverbios 28:13)
Así que, ¡tengan cuidado! Si tu hermano peca contra ti, repréndelo; y si se arrepiente, perdónalo. Si en un solo día peca siete veces contra ti, y siete veces vuelve a ti el mismo día y te dice: “Me arrepiento”, perdónalo.»
(Lucas 17:3-4)
Además de confesar nuestros pecados a Dios, muchas veces es bueno pedir perdón a los que hemos hecho daño. Esto trae reconciliación. En algunas situaciones, es útil confesar los pecados a una persona de confianza que pueda ayudar con la reconciliación.
Confiesen sus pecados unos a otros, y oren unos por otros, para que sean sanados. La oración del justo es muy poderosa y efectiva.
(Santiago 5:16)
Por eso, voy a confesar mi maldad;
pues me pesa haber pecado.
(Salmo 38:18)
Por tanto, si tu hermano peca contra ti, ve y repréndelo cuando él y tú estén solos. Si te hace caso, habrás ganado a tu hermano. Pero si no te hace caso, haz que te acompañen uno o dos más, para que todo lo que se diga conste en labios de dos o tres testigos. Si tampoco a ellos les hace caso, hazlo saber a la iglesia; y si tampoco a la iglesia le hace caso, ténganlo entonces por gentil y cobrador de impuestos.
(Mateo 18:15-17)
Los sacrificios que tú quieres
son el espíritu quebrantado;
tú, Dios mío, no desprecias
al corazón contrito y humillado.
(Salmo 51:17)
Mientras callé, mis huesos envejecieron,
pues todo el día me quejaba.
De día y de noche me hiciste padecer;
mi lozanía se volvió aridez de verano.
Te confesé mi pecado; no oculté mi maldad.
Me dije: «Confesaré al Señor mi rebeldía»,
y tú perdonaste la maldad de mi pecado.
(Salmo 32:3-5)
Tú, mi Dios, sabes que soy un insensato;
mis pecados no son para ti un secreto.
(Salmo 69:5)
Porque yo reconozco mis rebeliones,
Y mi pecado está siempre delante de mí.
Contra ti, contra ti solo he pecado,
Y he hecho lo malo delante de tus ojos;
Para que seas reconocido justo en tu palabra,
Y tenido por puro en tu juicio.
He aquí, en maldad he sido formado,
Y en pecado me concibió mi madre.
He aquí, tú amas la verdad en lo íntimo,
Y en lo secreto me has hecho comprender sabiduría.
Purifícame con hisopo, y seré limpio;
Lávame, y seré más blanco que la nieve.
(Salmo 51:3-7)
Por lo tanto, arrepiéntanse y vuélvanse a Dios, para que sus pecados les sean perdonados.
(Hechos 3:19)
Lee también: