La historia de la mujer samaritana


En Juan 4:1-42, leemos sobre el encuentro de Jesús con una mujer que conocemos como la mujer samaritana. La Biblia no nos dice su nombre, solo sabemos que era una mujer de Samaria y que su conversación con Jesús transformó no solo la vida de ella, sino la de muchos otros samaritanos.

Ella tuvo su encuentro con Jesús junto al pozo de Jacob, adonde había ido a sacar agua. En su conversación, Jesús y ella hablaron sobre temas variados. Hablaron sobre la vida de ella, sobre la verdadera adoración a Dios y sobre el Cristo, el Mesías esperado. La mujer samaritana no volvió a ser la misma después de su encuentro con Jesús, el Salvador del mundo.

Al comienzo del relato del libro de Juan, vemos a Jesús de camino a Galilea. Se detuvo en un pueblo samaritano llamado Sicar, pues estaba muy cansado de tanto caminar. Al llegar el mediodía, Jesús se sentó a descansar junto a un pozo mientras sus discípulos iban al pueblo a comprar comida.

La mujer samaritana llegó y Jesús le pidió un poco de agua. Ella se quedó muy sorprendida porque los judíos no se relacionaban para nada con los samaritanos. Le preguntó a Jesús cómo era posible que le pidiera agua. La contestación de Jesús fue sorprendente. Pasó de hablar sobre el agua física a hablar sobre el agua viva espiritual que él podía darle a ella. Jesús tenía más interés en la condición espiritual de la mujer que en saciar su propia sed física.

En ese momento, la conversación tomó un giro interesante. Jesús le ofreció a ella «una fuente de agua que fluya para vida eterna» y ella le dijo que sí, que deseaba recibirla. Jesús le preguntó por su marido, como en un intento de ver cuán profunda era la sinceridad de la mujer. La mujer le contestó con la verdad, que no tenía marido.

Jesús habló sobre el pasado de ella, y ella lo reconoció como profeta. Ella llevó la conversación a un plano menos personal. Comenzó a hablar sobre el lugar correcto para adorar a Dios, pues los judíos y los samaritanos tenían opiniones diferentes. Jesús le explicó que la adoración que agrada a Dios no depende del lugar, sino de la condición del corazón de las personas.

«Dios es Espíritu; y es necesario que los que lo adoran, lo adoren en espíritu y en verdad» (Juan 4:24), le dijo. La mujer habló sobre el Mesías esperado, el Cristo, y la seguridad de que él explicaría todas las cosas. Jesús le reveló a ella en ese momento que él era el Mesías (Juan 4:26).

Los discípulos regresaron y se sorprendieron de ver a Jesús hablando con una mujer. Ella, soltando su cántaro, fue a la ciudad y comenzó a hablar con la gente del pueblo sobre Jesús. Les contó sobre su encuentro con él y la conversación impactante que habían tenido.

Los hombres fueron rápidamente a donde estaba Jesús y le rogaron que se quedase más tiempo con ellos. Él se quedó allí dos días. Durante esos días, además de la mujer, fueron muchos los que creyeron en Jesús como el Salvador del mundo.

Lo que aprendemos con esta historia

Eso es todo lo que la Biblia nos dice sobre la mujer samaritana. Sin embargo, su historia nos muestra cuán grande es el amor de Dios por toda la humanidad. A Dios no le detienen nuestra nacionalidad o nuestro pasado. Él desea alcanzarnos a todos con su amor, transformar nuestras vidas y darnos la esperanza de la vida eterna.

Otra cosa que aprendemos con esta historia es la importancia del testimonio. La mujer habló inmediatamente sobre su encuentro con Jesús y sus palabras abrieron la puerta para que muchos otros recibieran a Jesús como Salvador. Todos podemos hablar con los que nos rodean sobre las experiencias que tenemos con el Señor. Nuestro testimonio puede ser clave en el peregrinaje espiritual de los que nos rodean. ¡Hablemos sobre Jesús!

Jesús y la mujer samaritana, texto bíblico

Juan 4:1-26 y 39-42

Jesús se enteró de que los fariseos sabían que él estaba haciendo y bautizando más discípulos que Juan 2 (aunque en realidad no era Jesús quien bautizaba, sino sus discípulos). 3 Por eso se fue de Judea y volvió otra vez a Galilea. 4 Como tenía que pasar por Samaria, 5 llegó a un pueblo samaritano llamado Sicar, cerca del terreno que Jacob le había dado a su hijo José. 6 Allí estaba el pozo de Jacob. Jesús, fatigado del camino, se sentó junto al pozo. Era cerca del mediodía. 7-8 Sus discípulos habían ido al pueblo a comprar comida.
En eso llegó a sacar agua una mujer de Samaria, y Jesús le dijo:
—Dame un poco de agua.
9 Pero, como los judíos no usan nada en común con los samaritanos, la mujer le respondió:
—¿Cómo se te ocurre pedirme agua, si tú eres judío y yo soy samaritana?
10 —Si supieras lo que Dios puede dar, y conocieras al que te está pidiendo agua —contestó Jesús—, tú le habrías pedido a él, y él te habría dado agua que da vida.
11 —Señor, ni siquiera tienes con qué sacar agua, y el pozo es muy hondo; ¿de dónde, pues, vas a sacar esa agua que da vida? 12 ¿Acaso eres tú superior a nuestro padre Jacob, que nos dejó este pozo, del cual bebieron él, sus hijos y su ganado?
13 —Todo el que beba de esta agua volverá a tener sed —respondió Jesús—, 14 pero el que beba del agua que yo le daré no volverá a tener sed jamás, sino que dentro de él esa agua se convertirá en un manantial del que brotará vida eterna.
15 —Señor, dame de esa agua para que no vuelva a tener sed ni siga viniendo aquí a sacarla.
16 —Ve a llamar a tu esposo, y vuelve acá —le dijo Jesús.
17 —No tengo esposo —respondió la mujer.
—Bien has dicho que no tienes esposo. 18 Es cierto que has tenido cinco, y el que ahora tienes no es tu esposo. En esto has dicho la verdad.
19 —Señor, me doy cuenta de que tú eres profeta. 20 Nuestros antepasados adoraron en este monte, pero ustedes los judíos dicen que el lugar donde debemos adorar está en Jerusalén.
21 —Créeme, mujer, que se acerca la hora en que ni en este monte ni en Jerusalén adorarán ustedes al Padre. 22 Ahora ustedes adoran lo que no conocen; nosotros adoramos lo que conocemos, porque la salvación proviene de los judíos. 23 Pero se acerca la hora, y ha llegado ya, en que los verdaderos adoradores rendirán culto al Padre en espíritu y en verdad, porque así quiere el Padre que sean los que le adoren. 24 Dios es espíritu, y quienes lo adoran deben hacerlo en espíritu y en verdad.
25 —Sé que viene el Mesías, al que llaman el Cristo —respondió la mujer—. Cuando él venga nos explicará todas las cosas.
26 —Ese soy yo, el que habla contigo —le dijo Jesús.
(Juan 4:1-26)

39 Muchos de los samaritanos que vivían en aquel pueblo creyeron en él por el testimonio que daba la mujer: «Me dijo todo lo que he hecho». 40 Así que cuando los samaritanos fueron a su encuentro le insistieron en que se quedara con ellos. Jesús permaneció allí dos días, 41 y muchos más llegaron a creer por lo que él mismo decía.
42 —Ya no creemos solo por lo que tú dijiste —le decían a la mujer—; ahora lo hemos oído nosotros mismos, y sabemos que verdaderamente este es el Salvador del mundo.
(Juan 4:39-42)

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