La Biblia está llena de historias fascinantes sobre milagros y sanidades que testifican la grandeza y el poder de Dios. ¡No hay nadie como nuestro Dios! Servimos al Dios Todopoderoso que nos ha libertado del poder del pecado y de la muerte y sigue obrando en todas las áreas de nuestra vida.
Veamos algunas historias bíblicas en las que Dios obró trayendo sanidad y demos la gloria a Dios por su poder para sanar.
1. Naamán, sanado de la lepra
Pasaje bíblico: 2 Reyes 5:9-15
Naamán era un militar muy exitoso del ejército de Siria. Aunque Siria era un país enemigo del pueblo de Israel, la Biblia dice que por medio de Naamán el SEÑOR había dado victorias a los sirios (2 Reyes 5:1). Él era un militar muy estimado. Su único problema era que estaba enfermo de lepra.
La lepra era una enfermedad muy grave que llevaba a la muerte con dureza. Empezaba con unas manchas. Continuaba con una especie de escamas que degeneraban el cuerpo y lo pudría por partes. Por último, empezaban a caerse pedazos del cuerpo. ¡Era un largo camino que conducía a una muerte horrible!
La esposa de Naamán tenía una sierva, una joven israelita capturada en una de las batallas. Esa joven, en lugar de estar amargada contra sus captores, se preocupaba por ellos. Ella le comentó a la esposa de Naamán sobre un profeta, Eliseo, que podía sanar a Naamán. Al parecer, la chica había crecido en un hogar temeroso de Dios y era una joven llena de fe.
La esposa de Naamán se lo dijo a él y Naamán habló con su jefe, el rey de Siria. Naamán obtuvo permiso para ir a Israel. Se fue con un cargamento de monedas de plata y de oro, diez mudas de ropa, y una carta que el rey de Siria le dio para que la entregara al rey de Israel. Decía algo así: «Querido rey de Israel. Ahí tienes a Naamán, uno de mis mejores oficiales. Él tiene lepra, así que sánalo.»
Cuando el rey de Israel leyó la carta entró en pánico, se rasgó sus vestiduras y pensó que, como él no podía sanar a Naamán, seguro que esto serviría como excusa para una guerra. Sin embargo, el profeta Eliseo, le dijo: «Tranquilo, rey. Envíelo a mi casa para que vea que hay profeta en Israel». Así que Naamán fue con todo su séquito hasta la casa de Eliseo. Cuando llegaron allá, Eliseo envió un sirviente a decirle que para sanarse solo tenía que zambullirse siete veces en el río Jordán.
Naamán se enojó porque el profeta ni siquiera salió a hablar con él. Quería regresar a su casa sin hacer caso, pero sus siervos lo convencieron de que fuera al Jordán e hiciera lo que el profeta le había dicho. Así lo hizo, y luego de sumergirse 7 veces en el Jordán, quedó completamente sano.Su piel parecía la de un bebé.
Su obediencia, aunque fuera a regañadientes, dio fruto: Naamán recibió la sanidad. Así fue como él se dio cuenta de que el Dios de Israel era el Dios verdadero. ¡Dios fue glorificado!
2. La mujer del flujo de sangre
Pasaje bíblico: Mateo 9:20-22; Marcos 5:24-34; Lucas 8:43-48
La Biblia nos habla de una mujer que llevaba 12 años sufriendo hemorragias. Había ido a muchos médicos y se había gastado todo su dinero en tratamientos, pero en vez de mejorar, empeoraba. Su situación era desesperante. Debido a su condición, ella era considerada una mujer impura. Esto quiere decir que debía mantenerse aislada, sola, alejada de todos: sus familiares, sus amigos, sus vecinos... ¡Todos! Por 12 años...
Un día ella oyó hablar sobre Jesús. Se enteró de que él estaba cerca de su casa. Llena de fe y de valentía, decidió arriesgarse y salir de su casa. Había una multitud de gente rodeando a Jesús que empujaba por todos lados, pero ella continuó avanzando. Según se acercaba a Jesús, extendió su mano para tocar su manto. Ella pensaba:
«Si logro tocar siquiera su ropa, quedaré sana». Al instante cesó su hemorragia, y se dio cuenta de que su cuerpo había quedado libre de esa aflicción.
(Marcos 5:28-29)
Jesús también se dio cuenta de que había sucedido algo sobrenatural: sintió que de su cuerpo salió poder. Él se detuvo, y mirando a su alrededor, preguntó quién lo había tocado. Los discípulos lo miraron y dijeron que todos lo estaban tocando: ¡estaban en medio de una multitud! Pero Jesús sabía que el toque de la mujer había sido diferente, uno lleno de fe y de esperanza.
La mujer, al ver que Jesús se había dado cuenta, se llenó de temor, se arrodilló ante él y confesó que había sido ella. Jesús le contestó:
«¡Hija, tu fe te ha sanado! —le dijo Jesús—. Vete en paz y queda sana de tu aflicción.»
(Marcos 5:34)
¡El poder de Dios se manifestó en medio de aquella multitud! La mujer fue sanada de la dolencia que la había perturbado por 12 años. La multitud fue testigo de que Dios valora y responde a las peticiones y necesidades de todos los que se acercan a él con fe y que esperan su toque lleno de poder y de amor.
Vea también: 9 versículos sobre el poder de Jesús para sanar toda enfermedad.
3. El ciego de nacimiento
Pasaje bíblico: Juan 9:1-38
Un día, mientras Jesús caminaba por Jerusalén con sus discípulos, vio a un joven - ciego de nacimiento - que era bastante conocido en la ciudad. Los discípulos le preguntaron a Jesús quién había pecado para que hubiera nacido ciego, él o sus padres. Jesús les contestó algo muy interesante:
La ceguera del joven tenía una razón de ser: ¡para que la obra de Dios se hiciera evidente en su vida!
Jesús hizo entonces algo bastante poco convencional: escupió en el suelo, hizo barro con la saliva y se lo untó en los ojos al ciego. Le dijo que fuera al estanque de Siloé a lavarse. Solo eso... no le prometió nada. Sin embargo, el joven hizo exactamente lo que Jesús le dijo y fue sanado.
Cuando la gente del pueblo lo vio regresar se dieron cuenta de que ahora veía y esto causó gran revuelo. Los fariseos, en lugar de alegrarse por el joven, comenzaron a interrogar a todos: ¿quién se había atrevido a sanar durante el día de reposo? Hablaron con el joven y hablaron con sus padres. Intentaron manchar el nombre de Jesús insinuando que Jesús era solo un pecador y que no conocía al Dios de Moisés a quien ellos servían. Solo Dios sabía de dónde había salido Jesús, decían. El joven les contestó muy sabiamente...
¡Allí está lo sorprendente! —respondió el hombre—: que ustedes no sepan de dónde salió, y que a mí me haya abierto los ojos. Sabemos que Dios no escucha a los pecadores, pero sí a los piadosos y a quienes hacen su voluntad. Jamás se ha sabido que alguien le haya abierto los ojos a uno que nació ciego. Si este hombre no viniera de parte de Dios, no podría hacer nada.
(Juan 9:30-33)
El milagro de sanidad que Jesús había hecho en el joven era un milagro único. Así que la conclusión era clara: Jesús venía de Dios. ¡El milagro era obra de Dios! Nada haría cambiar de opinión al joven porque había experimentado en su propia carne el toque sanador del Dios Todopoderoso.
Vea también: El ciego Bartimeo: 4 lecciones para la vida (reflexión).
4. Job y sus úlceras o llagas
Pasaje bíblico: Job 2, Job 42
Este es, quizás, uno de los ejemplos más representativos de sufrimiento en la Biblia. Job fue herido por una llaga maligna que le azotaba desde la planta de los pies hasta la coronilla. Su único consuelo era un pedazo de tiesto roto con el que se rascaba (Job 2:7-8). La situación era tan grave que, cuando sus amigos llegaron a visitarlo, guardaron silencio durante siete días (Job 2:13).
Pero todos conocemos el final de la historia: a través de todo esto, Job llegó a conocer mejor a Dios (Job 42:2-5). El Señor cambió la suerte de Job, restituyéndole todo lo que había perdido. Job adoró al Señor desde el principio y, al final, reconoció su soberanía y su gran poder:
Reconozco que tú todo lo puedes y que no hay plan que te sea irrealizable.
De oídas había oído de ti pero ahora mis ojos te ven.
(Job 42:2 y 5)
La conocida historia de dolor, pérdida y enfermedad de Job anima a muchos creyentes a mantenerse firmes en su confianza y amor por Dios en medio del sufrimiento. Además, nos enseña que la enfermedad no siempre debe asociarse con una condición espiritual ni con la consecuencia del pecado del enfermo.
5. La esterilidad de Ana
Pasaje bíblico: 1 Samuel 1 y 2
Encontramos la historia de Ana en 1 Samuel, capítulos 1 y 2. Si Ana no hubiera pasado por lo que pasó, probablemente no conoceríamos la historia del profeta Samuel como la conocemos. Ana era estéril y, como resultado, fue constantemente humillada por su rival Penina (1 Samuel 1:6).
Un día en el templo, profundamente entristecida por su condición, Ana oró, lloró y clamó al Señor. Hizo una promesa al Señor: si él le concedía un hijo, Ana lo consagraría, entregándolo al servicio de Dios todos los días de su vida.
Para gloria y alabanza del Señor, esto sucedió. Ana quedó embarazada, tuvo un hijo y cumplió su voto. Este hijo fue un gran hombre de Dios en la historia de Israel, guiando al pueblo, ungiendo reyes y profetizando la Palabra del Señor a su pueblo. Dios se valió enormemente de la vida del profeta y juez Samuel. Dios transformó la amargura de Ana en alegría y satisfacción:
Entonces Ana oró y dijo: Mi corazón se regocija en el SEÑOR; mi poder se enaltece en el SEÑOR. Mi boca se ensancha contra mis enemigos, porque me he alegrado en tu salvación.
No hay santo como el SEÑOR, porque no hay ninguno aparte de ti; no hay roca como nuestro Dios.
(1 Samuel 2:1-2)
Aprendamos con estos personajes bíblicos a dar la gloria a Dios por su mover en nuestras vidas. ¡Son tantas las formas en las que Dios interviene a nuestro favor! En medio de la enfermedad o en medio de la salud, prestemos atención y glorifiquemos a nuestro Padre celestial por la forma en la que él manifiesta cada día su constante amor y su cuidado por nosotros.
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