La historia de Jacob


Jacob era hijo de Isaac y Rebeca, nieto de Abraham y Sara. Desde antes de nacer, él demostró ser de naturaleza intrépida y decidida, sosteniendo el calcañar de su hermano gemelo, Esaú, en el momento del parto. Precisamente esa acción dio origen a su nombre, ya que Jacob significa el que se agarra al talón.

La historia de Jacob se destaca en el Antiguo Testamento. Su vida estuvo marcada por desafíos, conflictos y luchas, no solo con su hermano Esaú, sino también con su suegro, e incluso con Dios. Esos desafíos moldearon su fe y su relación con Dios, haciendo de Jacob un símbolo de la gracia divina y del poder del perdón.

Jacob era un hombre astuto. Negoció con su hermano recibir la primogenitura a cambio de un guiso y obtuvo la bendición de su padre por medio del engaño. A pesar de sus actos cuestionables, Jacob fue persistente. Permitió que Dios lo transformara y tuvo la capacidad de reconocer sus errores y arrepentirse. Su historia en el libro de Génesis refleja tanto la complejidad humana, como la infinita misericordia de Dios.

Jacob tuvo 12 hijos y una hija con cuatro mujeres diferentes. De sus hijos, surgieron las 12 tribus de Israel. Fueron conocidas con ese nombre, porque Dios había cambiado el nombre de Jacob por el de Israel luego de luchar con él en Peniel. Esas tribus fueron las que recibieron territorio en la tierra prometida.

Un episodio muy destacado de la vida de Jacob, es su pelea mano a mano con un hombre que al parecer, era un ángel de Dios o Dios mismo. La lucha duró toda la noche y hasta el amanecer. Jacob no quería soltar al hombre hasta recibir su bendición. Como resultado de esa lucha, Dios le cambió el nombre a Jacob. Desde ese momento, Jacob pasó a llamarse Israel, que significa él lucha con Dios.

Los hijos de Jacob

Jacob tuvo hijos con Lea y Raquel (esposas) y con Bilhá y Zilpá (siervas de sus esposas). El primer hijo de Lea fue Rubén y luego Lea tuvo a Simeón, a Leví y a Judá.

Raquel sufría mucho porque era estéril, y decidió darle su sierva, Bilhá, a Jacob para tener hijos a través de ella. Bilhá le dio dos hijos a Jacob: Dan y Neftalí. Por un tiempo, Lea no pudo tener más hijos y dio su sierva Zilpá a Jacob para tener hijos por medio de ella. De Zilpá nacieron Gad y Aser.

Luego de un tiempo, Lea volvió a quedar embarazada. Llamó a su bebé, Isacar. Volvió a quedar embarazada y tuvo otro hijo varón, Zabulón. Por último, Lea tuvo una niña, Dina.

Por fin, Dios se acordó de Raquel y ella pudo tener dos hijos con Jacob: José y Benjamín. En total, Jacob tuvo 12 hijos y una hija. Diez de sus hijos llegaron a ser los patriarcas de las 12 tribus de Israel. Los nombres de las tribus de Israel son: Rubén, Simeón, Judá, Dan, Neftalí, Gad, Aser, Isacar, Zabulón, Benjamín, Efraín (hijo de José) y Manasés (hijo de José).

Los descendientes de Leví no recibieron territorio como tribu, sino que pasaron a ser los sacerdotes. Como herencia, ellos recibían las ofrendas que traía el pueblo ante el Señor (Josué 13:14).

Las 12 tribus de Israel en la Biblia

Jacob y Esaú: los engaños y conflictos de dos hermanos

Jacob era hermano gemelo de Esaú. Desde antes de nacer, ya ellos luchaban en el vientre de su madre. Eso angustió a Rebeca y clamó a Dios, quien le dijo que eso era así, porque dentro de ella había dos naciones. El mayor serviría al menor. Jacob nació agarrando con una mano el talón de Esaú, el hijo mayor. De ahí su nombre, Jacob, que significa el que se agarra al talón.

Jacob y Esaú eran dos hermanos muy diferentes, tanto en su físico como en el temperamento. La relación entre ellos fue una llena de engaños, astucia y luchas, algo en lo que contribuyeron sus padres. Esaú, era el hijo preferido de Isaac, pero Jacob, era el preferido de Rebeca.

Esaú era un hombre de campo, un cazador. Con lo que cazaba, él preparaba guisos para su padre, Isaac. Jacob era mucho más tranquilo y prefería estar en casa. Pasaba más tiempo con la mamá. Un día, Esaú regresó muy cansado después de trabajar en el campo. Ese día, Jacob había preparado un guiso, así que Esaú le pidió un poco de comida a su hermano.

Jacob aprovechó ese momento para negociar con Esaú: le daría un plato de guiso a cambio de la primogenitura. En ese tiempo, el hijo mayor era muy importante. Heredaba el doble que los demás y recibía una bendición especial de parte del padre. Sin embargo, Esaú pensó que la primogenitura no le serviría de mucho si moría de hambre. Por eso, accedió al trato, vendiéndole su primogenitura a Jacob.

Cuando Isaac estaba muy anciano, se quedó casi ciego. Un día, él llamó a Esaú, su hijo mayor. Le pidió que le preparara un guiso y que viniera a su habitación, pues deseaba bendecirlo antes de morir. Rebeca escuchó la conversación y fue a hablar con Jacob. Le dijo que buscara dos cabritos. Ella prepararía un guiso como le gustaba a Isaac y disfrazaría a Jacob para que fuera donde su padre y recibiera la bendición antes de que regresara Esaú.

De esa forma, engañaron a Isaac. Él le dio la bendición a Jacob, pensando que era Esaú, el primogénito. Cuando Esaú regresó y se enteró, se enojó muchísimo. ¡Su hermano le había quitado su primogenitura y su bendición! Esaú prometió matar a su hermano luego de que su padre muriera. Rebeca se enteró de esto y mandó a Jacob a la casa de su hermano Labán. Le dijo que le avisaría cuando se le pasara el enojo a Esaú.

El sueño de Jacob en Betel

Antes de que Jacob se fuera, su padre lo bendijo y le dio un consejo: que se casara con una mujer de su propia familia, una que conociera a Dios. Esaú, su hermano, se había casado con mujeres paganas que habían traído muchos problemas a Isaac y Rebeca.

En su camino a la casa de su tío Labán, Jacob se detuvo a pasar la noche porque ya estaba oscureciendo. Colocó una piedra como almohada y se acostó a dormir. Jacob tuvo un sueño. Soñó que había una escalinata apoyada en la tierra cuyo extremo superior llegaba hasta el cielo. Por ella subían y bajaban los ángeles de Dios.

En el sueño, Jacob vio al Señor de pie junto a él y escuchó su voz, confirmando la promesa que le había hecho a Abraham. El Dios de sus antepasados le confirmó que le daría la tierra donde se encontraba y que su descendencia sería más que numerosa. Jacob recibió la promesa de que Dios no lo abandonaría.

Cuando Jacob se despertó, se levantó, tomó la piedra que había usado como almohada y erigió un monumento. Derramó aceite sobre la roca y le puso por nombre Betel, que significa casa de Dios.

Jacob y Raquel: la espera por la mujer amada

Jacob continuó su camino y, cuando estaba llegando al pueblo al que se dirigía, vio un pozo. Se acercó, y fue allí que conoció a Raquel, hija de Labán su tío. Le contó que él era pariente y que había venido a estar con la familia. Jacob comenzó a trabajar para su tío Labán.

Jacob se había enamorado de Raquel y llegó a un acuerdo con Labán, el padre de Raquel. Se ofreció a trabajar 7 años por Raquel, para poder casarse con ella. A Labán le pareció bien y así fue. Cuando pasaron los 7 años llegó el día del casamiento. Fue una gran fiesta, pero al llegar la noche, Labán le entregó a su hija Lea, la hermana mayor de Raquel.

A la mañana siguiente, Jacob fue a reclamarle a Labán por no haberle dado a Raquel. Labán le dijo que la costumbre del país era que se casara primero la hermana mayor. Le dijo que si cumplía la semana nupcial con Lea y trabajaba para él otros 7 años, le daría a Raquel. Llegaron a ese acuerdo y así fue. Al final de la semana nupcial con Lea, Labán le entregó Raquel a Jacob como esposa. ¡Por fin pudo casarse con la mujer que amaba!

El regreso de Jacob y su lucha con Dios

Jacob prosperó mucho y, luego de servir a Labán durante todos esos años, su deseo era regresar a su tierra. Labán no quería dejarlo ir porque sabía que la bendición de Dios estaba sobre Jacob. Labán gozaba de prosperidad gracias a la bendición de Dios sobre el trabajo de Jacob. La tensión entre ellos creció, y Jacob decidió marcharse con su familia y sus posesiones.

Jacob temía encontrarse con su hermano Esaú. Por eso, envió mensajeros a su hermano. El mensaje era: «Mi señor Esaú, su siervo Jacob nos ha enviado a decirle que él ha vivido en la casa de Labán todo este tiempo y que ahora tiene vacas, asnos, ovejas, esclavos y esclavas. Le manda este mensaje con la esperanza de ganarse su favor».

Los mensajeros regresaron y le dijeron a Jacob que Esaú estaba de camino, acompañado de 400 hombres, y deseaba encontrarse con él. A Jacob le dio mucho temor y angustia. Dividió su familia, su ganado y sus posesiones en dos grupos. Pensó que si Esaú atacaba a un grupo, tal vez el otro grupo lograría huir y salvarse.

Jacob oró con gran fervor pidiendo la protección de Dios. Preparó tres regalos para su hermano de todo lo que tenía y envió los regalos delante para apaciguar la ira de su hermano.

Durante la noche, Jacob luchó con un hombre hasta la salida del sol. El hombre, al darse cuenta de que no podía vencer a Jacob, lo tocó en la coyuntura de la cadera y esta se le dislocó mientras luchaban. Al amanecer, el hombre se tenía que marchar, pero Jacob no lo soltaba.

Jacob le dijo: «No te dejaré ir, si no me bendices.» El hombre le dijo: «Ya no te llamarás Jacob, sino Israel, porque has luchado con Dios y con los hombres y has vencido». El nombre Israel significa él lucha con Dios. Jacob llamó ese lugar Peniel diciendo: «He visto a Dios cara a cara y todavía sigo con vida».

Jacob y Esaú vuelven a encontrarse y se reconcilian

Cuando Jacob vio que Esaú y sus 400 hombres se acercaban, repartió a los niños entre Lea, Raquel y las dos esclavas. Él se colocó al frente, postrándose en tierra siete veces mientras se iba acercando a su hermano. Sin embargo, Esaú corrió a su encuentro, lo abrazó y lo besó. Le preguntó quiénes eran todas esas personas que lo acompañaban y Jacob le explicó que era su familia, sus criados y sus posesiones.

Esaú se alegró por su hermano, le dijo que Dios también lo había bendecido a él. En ese día, los hermanos se reconciliaron. Esaú regresó a su casa en Seír, y Jacob se fue hacia Sucot, donde hizo su casa con su familia y todo lo que había traído con él. Jacob se instaló y construyó un altar que llamó El Elohé Israel que significa el Dios de Israel, o poderoso es el Dios de Israel.

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