Dios te llama por amor o por dolor (¿dónde está en la Biblia)?


Puede que esa frase suene bíblica, pero no lo es. Es uno de esos dichos populares que, por costumbre o repetición, pensamos que es sacado de la Biblia. Sin embargo, si analizamos bien el sentido de sus palabras, nos damos cuenta de que no tiene verdadero fundamento bíblico.

La realidad es que Dios nos atrae con su amor. Esa es la base de nuestra relación con él. Él envió a su Hijo al mundo por amor, para que nosotros podamos tener comunión eterna con él. Lo hizo por iniciativa propia cuando nosotros aún estábamos lejos y ni siquiera nos interesábamos por él.

Pero Dios demuestra su amor por nosotros en esto: en que cuando todavía éramos pecadores, Cristo murió por nosotros.
(Romanos 5:8)

Porque tanto amó Dios al mundo que dio a su Hijo unigénito, para que todo el que cree en él no se pierda, sino que tenga vida eterna.
(Juan 3:16)

Sin duda, fue su amor el que nos cautivó. Es cierto que en ocasiones escuchamos testimonios de personas que se acercaron a Dios después de una situación dolorosa. Pasaron por momentos difíciles que los sacudieron. Sin embargo, en esos momentos sintieron el amor, la presencia y el cuidado de Dios. ¡Eso fue lo que los atrajo finalmente! Comprendieron que necesitaban a Dios.

Sentir el amor y el cuidado de Dios en nuestros tiempos de dificultad es como un bálsamo que nos consuela y alivia nuestro profundo dolor. Dios está siempre presto a aliviar nuestras cargas y a sanar nuestras heridas. De hecho, Cristo llevó nuestro dolor y nuestras enfermedades en la cruz del calvario.

Ciertamente él cargó con nuestras enfermedades
y soportó nuestros dolores,
pero nosotros lo consideramos herido,
golpeado por Dios y humillado.
5 Él fue traspasado por nuestras rebeliones
y molido por nuestras iniquidades.
Sobre él recayó el castigo, precio de nuestra paz
y gracias a sus heridas fuimos sanados.
6 Todos andábamos perdidos, como ovejas;
cada uno seguía su propio camino,
pero el Señor hizo recaer sobre él
la iniquidad de todos nosotros.
(Isaías 53:4-6)

Cuando andamos sin Dios, somos como ovejas perdidas sin pastor. No vemos con claridad el propósito de las cosas que nos suceden. Cristo da significado hasta a las situaciones difíciles que enfrentamos en la vida. Su amor nos alivia, sabiendo que, sea aquí o en el cielo, nuestras enfermedades y nuestros dolores terminarán, pero su amor permanecerá por toda la eternidad.

Dios usa las circunstancias de la vida para hablarnos, de eso no hay duda. Pero es su amor el que nos sostiene y nos da fuerzas para continuar adelante. Por eso es importante que reconozcamos nuestra necesidad de él, de su amor y de su cuidado. Sobre todo, debemos aceptar su regalo de salvación por medio de Jesús.

Un ejemplo bíblico lo encontramos en la historia del hijo pródigo (Lucas 15:11-32). Ese hijo había vivido y sentido el amor del padre, pero no le dio importancia. Valoró más el dinero y lo que el mundo le podía ofrecer, y por eso, dejó su casa y se fue. Todo fue bien mientras tuvo dinero. Pero el dinero se acabó.

Ahí comenzó el dolor y el rechazo de los demás. Según sufría las consecuencias de sus actos, recordaba a su padre y lo bien que lo había tratado. Con su padre, nunca había carecido de nada. Recordó el amor y el cuidado que su padre había tenido siempre con él. El hijo decidió regresar a casa y el padre lo recibió con amor y perdón.

En esa parábola vemos que el hijo regresó al hogar después de pasar por muchas dificultades. Reconoció que se había equivocado al irse. Se arrepintió de su rebeldía y regresó a casa. ¿Qué hizo el padre? Lo aceptó con brazos abiertos, lo alimentó, lo cuidó y le dio ropa nueva. O sea, lo amó.

Y así es nuestro Padre celestial. Cuando nos acercamos a él con sinceridad, reconociendo que él es exactamente lo que necesitamos, él nos recibe. Su amor cubre nuestras faltas y nos da la oportunidad de un nuevo comienzo con él. Acércate hoy a Dios y disfruta de su amor por toda la eternidad.

Otros artículos que pueden ser de interés: