La Biblia dice que sí, que hay vida después de la muerte. Según la Palabra de Dios, esto significa que los que acepten a Jesús como Señor y Salvador pueden tener la certeza de que estarán con él por toda la eternidad. Sin embargo, los que rechacen al Señor estarán sin él en un lugar terrible y sin esperanza.
Es bueno recordar que el ser humano no consta solo del cuerpo físico. Contrario al resto de la creación, Dios creó a cada ser humano con espíritu, alma y cuerpo (1 Tesalonicenses 5:23). Hablando sobre el fin de la vida del ser humano, Salomón escribió:
Volverá entonces el polvo a la tierra, como antes fue,
y el espíritu volverá a Dios, que es quien lo dio.
(Eclesiastés 12:7).
No es nuestro cuerpo físico el que vivirá por siempre. El cuerpo que tenemos hoy volverá a la tierra (Génesis 3:19). Pero el espíritu de los hijos de Dios vivirá con él por la eternidad.
Es precisamente nuestro espíritu el que responde a Dios (Romanos 8:16). Nuestro Padre se revela a cada uno de nosotros a través de su creación y a través de su Palabra. Pero nosotros debemos permitirle entrar y morar en nuestros corazones (Apocalipsis 3:20). Al hacerlo, recibimos la esperanza de la vida eterna con él.
Jesús y la vida después de la muerte
Durante sus últimos días sobre la tierra, Jesús consoló a sus discípulos con las siguientes palabras:
No se angustien. Confíen en Dios, y confíen también en mí. En el hogar de mi Padre hay muchas viviendas; si no fuera así, ya se lo habría dicho a ustedes. Voy a prepararles un lugar. Y, si me voy y se lo preparo, vendré para llevármelos conmigo. Así ustedes estarán donde yo esté.
(Juan 14:1-3)
Jesús sabía que se acercaba el momento de su muerte física. Aun así, él animó a sus discípulos con la esperanza de la vida eterna. Ellos podían tener la certeza de que estarían con él en el cielo por toda la eternidad. Él mismo, a través de su muerte y resurrección, se encargaría de prepararles el lugar.
¡Esa es la misma esperanza que tenemos nosotros gracias a Jesús! Él venció la muerte, no se quedó en la tumba sino que resucitó al tercer día. Y gracias a su resurrección, todos los que recibimos a Jesús como Señor y Salvador de nuestras vidas también viviremos por la eternidad.
¿Dónde está, oh muerte, tu victoria? ¿Dónde está, oh muerte, tu aguijón?
El aguijón de la muerte es el pecado, y el poder del pecado es la ley. ¡Pero gracias a Dios, que nos da la victoria por medio de nuestro Señor Jesucristo!
(1 Corintios 15:55-57)
Juan 14:6 - Yo soy el camino, la verdad y la vida
En una ocasión, unos saduceos le hicieron una pregunta a Jesús con la intención de ridiculizarlo. Los saduceos eran seguidores de una secta religiosa judía que no creía en la inmortalidad del alma ni en la resurrección. Así que le plantearon la siguiente situación a Jesús (Lucas 20:27-38).
Había una mujer casada con un hombre que enviudó sin tener hijos. Según la ley de Moisés (Deuteronomio 25:5-10), la mujer debía casarse con su cuñado para tener descendencia a nombre de su primer marido. Esta mujer de la que hablaban los saduceos, enviudó siete veces, de siete hermanos diferentes, sin tener hijos con ninguno de ellos. Finalmente, la mujer murió. Los saduceos le preguntaron a Jesús:
Ahora bien, en la resurrección, ¿de cuál será esposa esta mujer, ya que los siete estuvieron casados con ella?
(Lucas 20:33)
¿La respuesta de Jesús? ¡De ninguno!
La gente de este mundo se casa y se da en casamiento —les contestó Jesús—. Pero en cuanto a los que sean dignos de tomar parte en el mundo venidero por la resurrección: esos no se casarán ni serán dados en casamiento, ni tampoco podrán morir, pues serán como los ángeles. Son hijos de Dios porque toman parte en la resurrección. Pero que los muertos resucitan lo dio a entender Moisés mismo en el pasaje sobre la zarza, pues llama al Señor “el Dios de Abraham, de Isaac y de Jacob”. Él no es Dios de muertos, sino de vivos; en efecto, para él todos ellos viven.
(Lucas 20:34-38)
Jesús no negó la resurrección de los muertos ni la vida después de la muerte. Lo que sí hizo fue explicarles que todo será diferente. El plano en el que estaremos será uno que no podemos entender completamente ahora mismo con nuestras mentes finitas. La realidad es que los que participen de la resurrección serán como los ángeles, no se casarán ni morirán.
¿Y quiénes son los que participarán de esa resurrección? Los dignos de tomar parte de ese mundo venidero, los hijos de Dios. Los que, tal como Abraham, Isaac y Jacob, han puesto su fe en él y han creído sus promesas de salvación y vida eterna. Son esos los que, aun cuando mueran físicamente, vivirán con Dios por toda la eternidad.
¿Vida eterna o castigo eterno?
En el Evangelio de Juan leemos lo siguiente:
El que cree en el Hijo tiene vida eterna; pero el que rechaza al Hijo no sabrá lo que es esa vida, sino que permanecerá bajo el castigo de Dios.
(Juan 3:36)
Este versículo deja algo claro. Hay dos opciones para la eternidad. La primera es la vida eterna y la segunda es el castigo eterno. ¿Cómo podemos escoger la vida y rechazar el castigo? ¡Creyendo en Jesús, el Hijo de Dios! Debemos elegir nuestro destino eterno mientras estamos en esta vida.
Qué es la vida eterna según la Biblia
Somos esclavos del pecado hasta el momento en el que decidimos creer en Jesús. Cristo nos libera del poder del pecado y nos da acceso a la vida eterna. Sin embargo, no es solo decir de boca que creemos en Jesús. La vida con Cristo se manifiesta y hay un cambio real en nuestro ser. En lugar de vivir para nuestros deseos carnales, lo hacemos buscando agradar a Dios en todo. La Biblia llama a esto santidad.
¿Qué es la santidad según la Biblia?
Una vida llena de santidad es una vida llena del Señor y guiada por el Espíritu Santo. Y esa vida de santidad es señal de que hemos elegido vivir eternamente con el Señor y hemos sido liberados del castigo eterno.
Pero ahora que han sido liberados del pecado y se han puesto al servicio de Dios, cosechan la santidad que conduce a la vida eterna.
(Romanos 6:22)
Jesús, en una de sus enseñanzas (Lucas 16:19-31), habló sobre la diferencia entre el cielo, lugar de consuelo, y el infierno, lugar de tormento. Queda claro que todos los seres humanos irán a un lugar o al otro. Depende de si durante su vida terrenal deciden recibir el regalo de la vida eterna a través de Jesús o no.
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