La misericordia, en la Biblia, es una de las características más destacadas del carácter de Dios. Se refiere a su disposición constante de tratar al ser humano con compasión, paciencia y amor, aun cuando este no lo merece. La misericordia es ese acto divino por el cual Dios se inclina hacia nuestra miseria, nuestro pecado y nuestra necesidad, para ofrecernos perdón, ayuda y restauración.
En el Antiguo Testamento, el término hebreo más comúnmente traducido como misericordia es “jesed”, que implica lealtad amorosa, bondad constante y fidelidad inquebrantable. No se trata solo de un sentimiento, sino de una actitud activa de Dios hacia su pueblo, basada en su pacto de amor.
Por otro lado, en el Nuevo Testamento, el término griego es “eleos”, que tiene un énfasis especial en la compasión manifestada en acción. Es el acto visible de ayudar, perdonar, sanar y rescatar. Así, la misericordia de Dios no es abstracta: se expresa en hechos concretos, como el perdón de los pecados, la sanidad, y sobre todo, la salvación por medio de Jesucristo.
La misericordia bíblica, entonces, no es simplemente no recibir el castigo merecido, sino recibir activamente el amor, el perdón y la ayuda de Dios cuando más lo necesitamos. Es el rostro amable de Dios hacia nosotros en medio de nuestro sufrimiento, culpa o debilidad.
¿Cómo muestra Dios su misericordia?
La Biblia está llena de ejemplos en los que Dios actúa con misericordia. Desde el principio, cuando Adán y Eva pecaron, Dios no los destruyó. En lugar de eso, les dio una promesa de redención (Génesis 3:15). A lo largo del Antiguo Testamento, vemos a Dios perdonando, restaurando y guiando a su pueblo, incluso después de su rebeldía.
Uno de los pasajes más claros sobre la misericordia de Dios se encuentra en Tito 3:4-5:
Pero, cuando se manifestaron la bondad y el amor de Dios nuestro Salvador, él nos salvó, no por nuestras propias obras de justicia, sino por su misericordia. Nos salvó mediante el lavamiento de la regeneración y de la renovación por el Espíritu Santo.
(Tito 3:4-5)
Dios no actúa con nosotros según nuestros méritos, sino según su misericordia. Él se acerca, perdona, restaura y transforma.
Jesús: la expresión máxima de la misericordia
Jesús es la encarnación viva de la misericordia de Dios. Su vida, sus palabras y sus obras reflejan la compasión divina en acción. Él se acercó a los marginados, tocó a los impuros, sanó a los enfermos, perdonó a los pecadores y enseñó con amor a los que se habían desviado.
En Juan 8:1-11, Jesús muestra que la misericordia es más poderosa que la condena. Frente a una mujer sorprendida en adulterio, a quien la ley condenaba a muerte, Jesús responde con gracia:
«Aquel de ustedes que esté sin pecado, que le arroje la primera piedra.»
(Juan 8:7b)
Todos se fueron, y Jesús le dijo: “Ni yo te condeno. Vete y no peques más”. Él no ignoró el pecado, pero extendió una nueva oportunidad.
Jesús también mostró misericordia sanando a los enfermos, alimentando a los hambrientos, expulsando demonios y consolando a los quebrantados. Incluso en la cruz, perdonó a quienes lo crucificaban.
La cruz es la mayor demostración de misericordia. Jesús, sin pecado, tomó nuestro lugar, murió por nuestros pecados y resucitó para darnos vida eterna.
Pero Dios, que es rico en misericordia, por su gran amor por nosotros, nos dio vida con Cristo, aun cuando estábamos muertos en pecados. ¡Por gracia ustedes han sido salvados!
(Efesios 2:4-5)
¿Qué produce la misericordia en nuestras vidas?
Cuando experimentamos la misericordia de Dios, nuestras vidas cambian. Su perdón nos libera de la culpa, su presencia nos da consuelo y esperanza. Como dice Hebreos 4:16:
Así que acerquémonos confiadamente al trono de la gracia para recibir misericordia y hallar la gracia que nos ayude en el momento que más la necesitemos.
(Hebreos 4:16)
La misericordia no solo restaura nuestra relación con Dios, sino que transforma nuestro interior, dándonos una nueva perspectiva y propósito.
Así como Dios fue misericordioso con nosotros, debemos ser misericordiosos con los demás. Jesús nos enseñó a perdonar, ayudar al necesitado, tener compasión y vivir con amor. La misericordia que recibimos debe fluir hacia quienes nos rodean.
Sed, pues, misericordiosos, como también vuestro Padre es misericordioso.
(Lucas 6:36)
La misericordia que Dios nos ha mostrado debe reflejarse en nuestras acciones diarias: perdonando, ayudando, compartiendo, amando. Somos llamados a ser instrumentos de su misericordia en el mundo.
Para aprender más sobre la misericordia, lee también: