Las maldiciones generacionales en la Biblia: qué son y cómo romperlas


Una maldición generacional es la consecuencia del pecado dentro de una familia. Se refleja en problemas que surgen generación tras generación, debido a pecados recurrentes. Sin embargo, no estamos indefensos ante las maldiciones generacionales. Cuando alguien recibe a Jesús como su Señor y Salvador, Jesús hace todo nuevo en su vida. ¡El poder del pecado queda roto!

Desde que Adán y Eva pecaron, todos nacemos con esa tendencia al pecado y a la rebeldía ante Dios. Hay familias en las que prevalecen pecados específicos. Puede ser alguna adicción, una actitud de pereza o desinterés frente a la vida, la mala administración del dinero, etc. Son muchos los ejemplos, pero todos ellos pueden vencerse de una forma: ¡rindiéndonos ante Dios!

Aunque podemos decir que hay pecados que prevalecen dentro de algunas familias, lo cierto es que, esa prevalencia puede deberse al poder del ejemplo. Si un hijo ve que su padre maltrata a los demás, pasará a ver esa actitud como normal. Por eso, hay una alta probabilidad de que imite esa conducta en su vida.

¿La creencia tiene base bíblica?

Muchos cristianos usan el versículo de Éxodo 20:5 para basar su creencia en las maldiciones generacionales.

No te inclinarás ante ellas, ni las honrarás, porque yo soy el Señor tu Dios, fuerte y celoso. Yo visito en los hijos la maldad de los padres que me aborrecen, hasta la tercera y cuarta generación...
(Éxodo 20:5)

Ese versículo habla sobre el pecado de la idolatría. Dios dice claramente que él es el único digno de nuestra adoración. Una familia que decide darle la espalda a Dios y adorar a cualquier otro objeto o dios, verá las consecuencias que les traerá esa decisión.

Sin embargo, el versículo que sigue, Éxodo 20:6, ofrece la solución.

... pero trato con misericordia infinita a los que me aman y cumplen mis mandamientos.
(Éxodo 20:6)

La misericordia de Dios se extiende hacia todos los que le aman y le obedecen, sin importar de qué familia vienen o cuál es su pasado. Dios anhela que le amemos y sirvamos, su deseo es liberarnos del poder del pecado y darnos nueva vida en él.

Por lo tanto, lo que conocemos como maldición generacional, no tiene poder eterno sobre nosotros ni nos marca por siempre. ¡Cristo es la solución!

En Números 14:18-24 vemos el balance entre la justicia de Dios y su amor eterno. El pueblo de Israel se había rebelado contra Dios, actitud que repetían con frecuencia. Dios, en su justicia, castigaría esa rebelión. Moisés fue ante Dios a interceder a favor del pueblo.

¿Cuál fue la respuesta de Dios? Los que seguían rebeldes, rechazando el señorío de Dios, enfrentarían las consecuencias: no entrarían a la tierra prometida. Pero a los que sí le servían de corazón y vivían en obediencia, él les daría posesión de la tierra. Dios, en su inmenso amor, está dispuesto siempre a perdonar y su perdón trae libertad.

Cómo romper maldiciones generacionales

No hay ninguna maldición que tenga más poder que Dios. Jesús vino para liberarnos de la maldición del pecado y a través de él recibimos libertad eterna.

El don de Dios no puede compararse con el pecado de Adán, porque por un solo pecado vino la condenación, pero el don de Dios vino por muchas transgresiones para justificación. Pues si por la transgresión de uno solo reinó la muerte, mucho más reinarán en vida los que reciben la abundancia de la gracia y del don de la justicia mediante un solo hombre, Jesucristo.
(Romanos 5:16-17)

Por lo tanto, para romper una maldición generacional debemos creer en Jesús y depositar nuestra fe en él. En Cristo somos realmente libres (Juan 8:36), las tinieblas ya no tienen poder sobre nosotros. En él somos renovados. Podemos vivir vidas que glorifican a Dios porque somos nuevas criaturas en él.

Además de creer en Jesús, debemos arrepentirnos de nuestros pecados y del daño causado a otros. El arrepentimiento genuino se nota en nuestras actitudes y nos lleva por el camino que Dios desea para que se cumpla su voluntad.

Luego, debemos decidir vivir en obediencia a Dios. «El que antes robaba, que no vuelva a robar.» (Efesios 4:28). Dios nos da una nueva oportunidad, y la obediencia a él refleja la profundidad de nuestra relación con él. Si no hay un cambio de actitud, no ha habido un arrepentimiento genuino.

Otro paso importante es el perdón. Perdonar a nuestros padres, abuelos, o a cualquier familiar que haya abierto la puerta o perpetuado el pecado que tanto daño ha causado a la familia. El perdón nos libera de la amargura, de vivir atados al pasado, y nos ayuda a enfocarnos en Dios y en el futuro que él nos ha preparado.

Por último, debemos mantenernos firmes en el rechazo al pecado. Debemos decir no ante las presiones o tentaciones para no volver a caer en las trampas del enemigo. Dios nos ha dado una armadura (Efesios 6:10-18), aprendamos a usarla cada día. Hagamos frente a las acechanzas del enemigo y vivamos en victoria para la gloria de Dios.

¡Vive una vida victoriosa en el Señor!