Aarón hizo el becerro de oro cuando el pueblo, impaciente con la demora de Moisés en el Monte Sinaí, pidió un dios visible. Adoraron la imagen, pecando contra Dios. Moisés intercedió, pero el pueblo fue castigado. Esta historia bíblica nos enseña que debemos confiar y adorar solamente a Dios, sin sustituirlo por ídolos.
El episodio del becerro de oro representa uno de los momentos más notables de infidelidad del pueblo de Israel durante su travesía por el desierto. El pueblo había sido liberado de la esclavitud en Egipto mediante señales y milagros poderosos realizados por Dios, pero aun así, los israelitas mostraron impaciencia e incredulidad.
Mientras Moisés estaba en el Monte Sinaí recibiendo las tablas de la Ley de Dios, el pueblo se acercó a Aarón, hermano de Moisés, pidiéndole que hiciera un dios que los guiara. Aarón, cediendo ante la presión, recogió zarcillos de oro del pueblo, los fundió e hizo un becerro de oro (Éxodo 32:1-4). Luego proclamó: “Este es tu dios, oh Israel, que te sacó de Egipto”.

El pueblo comenzó a adorar el becerro, ofreciendo sacrificios y entregándose a fiestas y orgías. Esto provocó la ira de Dios, que consideró destruir al pueblo. Moisés intercedió, pidiendo misericordia. Al descender del monte y ver la idolatría, rompió las tablas de la Ley, destruyó el becerro y confrontó a Aarón. Como consecuencia, alrededor de 3.000 hombres murieron ese día (Éxodo 32:28), y el pueblo sufrió un castigo severo.
El becerro de oro simboliza la idolatría y la tendencia pecaminosa del ser humano a querer sustituir a Dios por algo visible y controlable. El episodio revela cuánto puede desviarse el corazón humano, incluso después de experimentar el poder y la presencia de Dios.
La enseñanza principal es que la fidelidad a Dios exige paciencia, obediencia y fe, incluso cuando él parece distante. El pueblo prefirió un dios visible en lugar de confiar en el Dios invisible, revelando la profundidad de su incredulidad.
Este relato nos advierte que no debemos poner nada en el lugar de Dios, sea dinero, poder, imagen o tradición, pues solo él es digno de adoración.
Entiende por qué Aarón hizo un becerro de oro
Aarón hizo el becerro de oro porque el pueblo de Israel se impacientó con la demora de Moisés en el Monte Sinaí. Temiendo perder el control de la situación, Aarón cedió frente a la presión popular.
El pueblo pidió un dios visible, y Aarón recogió oro de los israelitas y moldeó un becerro, símbolo común de divinidades en Egipto. Su actitud demostró debilidad espiritual y liderazgo inestable. Él intentó justificarse diciendo que el pueblo estaba inclinado hacia el mal (Éxodo 32:22-24).
Aarón falló al no confiar en Dios y al intentar agradar a los hombres. Este error nos enseña sobre los peligros de ceder ante la presión de los demás y la importancia de mantener la fe firme, incluso en momentos de incertidumbre.
El becerro de oro en los días de hoy
Hoy en día, el becerro de oro no es una imagen literal, sino que representa cualquier cosa que toma el lugar de Dios en nuestros corazones, conforme a las enseñanzas bíblicas.
En Éxodo 20:3, Dios ordena: “No tendrás otros dioses delante de mí.” El becerro de oro en los días de hoy puede ser el dinero, el estatus, la carrera, las relaciones, la tecnología, o incluso nosotros mismos, cuando ponemos nuestra voluntad por encima de la de Dios.
En Mateo 6:24, Jesús dice: “Ninguno puede servir a dos señores; porque o aborrecerá al uno y amará al otro, o estimará al uno y menospreciará al otro. No podéis servir a Dios y a las riquezas.” Esto muestra que cualquier cosa que nos aleje de Dios puede convertirse en un becerro de oro.
El apóstol Pablo también advierte, en Colosenses 3:5, que la avaricia es idolatría. Cualquier deseo o apego exagerado que nos domine y nos aleje de una vida centrada en Dios es idolatría.
Debemos vigilar nuestro corazón para que nada ocupe el lugar de Dios en nuestra vida. Los ídolos actuales son más sutiles, pero igualmente peligrosos. Solo Dios es digno de adoración, y debemos luchar firmemente contra todo lo que compite con él en nuestro corazón.
Textos bíblicos que hablan sobre el becerro de oro
El becerro de oro en Éxodo 32
Viendo el pueblo que Moisés tardaba en descender del monte, se acercaron entonces a Aarón, y le dijeron: Levántate, haznos dioses que vayan delante de nosotros; porque a este Moisés, el varón que nos sacó de la tierra de Egipto, no sabemos qué le haya acontecido. Y Aarón les dijo: Apartad los zarcillos de oro que están en las orejas de vuestras mujeres, de vuestros hijos y de vuestras hijas, y traédmelos. Entonces todo el pueblo apartó los zarcillos de oro que tenían en sus orejas, y los trajeron a Aarón; y él los tomó de las manos de ellos, y le dio forma con buril, e hizo de ello un becerro de fundición. Entonces dijeron: Israel, estos son tus dioses, que te sacaron de la tierra de Egipto. Y viendo esto Aarón, edificó un altar delante del becerro; y pregonó Aarón, y dijo: Mañana será fiesta para Jehová. Y al día siguiente madrugaron, y ofrecieron holocaustos, y presentaron ofrendas de paz; y se sentó el pueblo a comer y a beber, y se levantó a regocijarse.
Entonces Jehová dijo a Moisés: Anda, desciende, porque tu pueblo que sacaste de la tierra de Egipto se ha corrompido. Pronto se han apartado del camino que yo les mandé; se han hecho un becerro de fundición, y lo han adorado, y le han ofrecido sacrificios, y han dicho: Israel, estos son tus dioses, que te sacaron de la tierra de Egipto. Dijo más Jehová a Moisés: Yo he visto a este pueblo, que por cierto es pueblo de dura cerviz. Ahora, pues, déjame que se encienda mi ira en ellos, y los consuma; y de ti yo haré una nación grande.
Entonces Moisés oró en presencia de Jehová su Dios, y dijo: Oh Jehová, ¿por qué se encenderá tu furor contra tu pueblo, que tú sacaste de la tierra de Egipto con gran poder y con mano fuerte? ¿Por qué han de hablar los egipcios, diciendo: Para mal los sacó, para matarlos en los montes, y para raerlos de sobre la faz de la tierra? Vuélvete del ardor de tu ira, y arrepiéntete de este mal contra tu pueblo. Acuérdate de Abraham, de Isaac y de Israel tus siervos, a los cuales has jurado por ti mismo, y les has dicho: Yo multiplicaré vuestra descendencia como las estrellas del cielo; y daré a vuestra descendencia toda esta tierra de que he hablado, y la tomarán por heredad para siempre. Entonces Jehová se arrepintió del mal que dijo que había de hacer a su pueblo.
Y volvió Moisés y descendió del monte, trayendo en su mano las dos tablas del testimonio, las tablas escritas por ambos lados; de uno y otro lado estaban escritas. Y las tablas eran obra de Dios, y la escritura era escritura de Dios grabada sobre las tablas. Cuando oyó Josué el clamor del pueblo que gritaba, dijo a Moisés: Alarido de pelea hay en el campamento. Y él respondió: No es voz de alaridos de fuertes, ni voz de alaridos de débiles; voz de cantar oigo yo. Y aconteció que cuando él llegó al campamento, y vio el becerro y las danzas, ardió la ira de Moisés, y arrojó las tablas de sus manos, y las quebró al pie del monte. Y tomó el becerro que habían hecho, y lo quemó en el fuego, y lo molió hasta reducirlo a polvo, que esparció sobre las aguas, y lo dio a beber a los hijos de Israel.
Y dijo Moisés a Aarón: ¿Qué te ha hecho este pueblo, que has traído sobre él tan gran pecado? Y respondió Aarón: No se enoje mi señor; tú conoces al pueblo, que es inclinado a mal. Porque me dijeron: Haznos dioses que vayan delante de nosotros; porque a este Moisés, el varón que nos sacó de la tierra de Egipto, no sabemos qué le haya acontecido. Y yo les respondí: ¿Quién tiene oro? Apartadlo. Y me lo dieron, y lo eché en el fuego, y salió este becerro.
Y viendo Moisés que el pueblo estaba desenfrenado, porque Aarón lo había permitido, para vergüenza entre sus enemigos, se puso Moisés a la puerta del campamento, y dijo: ¿Quién está por Jehová? Júntese conmigo. Y se juntaron con él todos los hijos de Leví. Y él les dijo: Así ha dicho Jehová, el Dios de Israel: Poned cada uno su espada sobre su muslo; pasad y volved de puerta a puerta por el campamento, y matad cada uno a su hermano, y a su amigo, y a su pariente. Y los hijos de Leví lo hicieron conforme al dicho de Moisés; y cayeron del pueblo en aquel día como tres mil hombres. Entonces Moisés dijo: Hoy os habéis consagrado a Jehová, pues cada uno se ha consagrado en su hijo y en su hermano, para que él dé bendición hoy sobre vosotros.
Y aconteció que al día siguiente dijo Moisés al pueblo: Vosotros habéis cometido un gran pecado, pero yo subiré ahora a Jehová; quizá le aplacaré acerca de vuestro pecado. Entonces volvió Moisés a Jehová, y dijo: Te ruego, pues este pueblo ha cometido un gran pecado, porque se hicieron dioses de oro, que perdones ahora su pecado, y si no, ráeme ahora de tu libro que has escrito. Y Jehová respondió a Moisés: Al que pecare contra mí, a este raeré yo de mi libro. Ve, pues, ahora, lleva a este pueblo a donde te he dicho; he aquí mi ángel irá delante de ti; pero en el día del castigo, yo castigaré en ellos su pecado.
Y Jehová hirió al pueblo, porque habían hecho el becerro que formó Aarón.
(Éxodo 32:1-35)
El becerro de oro en Deuteronomio 9
Acuérdate, no olvides que has provocado la ira de Jehová tu Dios en el desierto; desde el día que saliste de la tierra de Egipto, hasta que entrasteis en este lugar, habéis sido rebeldes a Jehová. En Horeb provocasteis a ira a Jehová, y se enojó Jehová contra vosotros para destruiros. Cuando yo subí al monte para recibir las tablas de piedra, las tablas del pacto que Jehová hizo con vosotros, estuve entonces en el monte cuarenta días y cuarenta noches, sin comer pan ni beber agua; y me dio Jehová las dos tablas de piedra escritas con el dedo de Dios; y en ellas estaba escrito según todas las palabras que os habló Jehová en el monte, de en medio del fuego, el día de la asamblea. Sucedió al fin de los cuarenta días y cuarenta noches, que Jehová me dio las dos tablas de piedra, las tablas del pacto. Y me dijo Jehová: Levántate, desciende pronto de aquí, porque tu pueblo que sacaste de Egipto se ha corrompido; pronto se han apartado del camino que yo les mandé; se han hecho una imagen de fundición.
Y me habló Jehová, diciendo: He observado a ese pueblo, y he aquí que es pueblo duro de cerviz. Déjame que los destruya, y borre su nombre de debajo del cielo, y yo te pondré sobre una nación fuerte y mucho más numerosa que ellos. Y volví y descendí del monte, el cual ardía en fuego, con las tablas del pacto en mis dos manos. Y miré, y he aquí habíais pecado contra Jehová vuestro Dios; os habíais hecho un becerro de fundición, apartándoos pronto del camino que Jehová os había mandado. Entonces tomé las dos tablas y las arrojé de mis dos manos, y las quebré delante de vuestros ojos. Y me postré delante de Jehová como antes, cuarenta días y cuarenta noches; no comí pan ni bebí agua, a causa de todo vuestro pecado que habíais cometido haciendo el mal ante los ojos de Jehová para enojarlo. Porque temí a causa del furor y de la ira con que Jehová estaba enojado contra vosotros para destruiros. Pero Jehová me escuchó aun esta vez. Contra Aarón también se enojó Jehová en gran manera para destruirlo; y también oré por Aarón en aquel entonces. Y tomé el objeto de vuestro pecado, el becerro que habíais hecho, y lo quemé en el fuego, y lo desmenucé moliéndolo muy bien, hasta que fue reducido a polvo; y eché el polvo de él en el arroyo que descendía del monte.
También en Tabera, en Masah y en Kibrot-hataava provocasteis a ira a Jehová. Y cuando Jehová os envió desde Cades-barnea, diciendo: Subid y poseed la tierra que yo os he dado, también fuisteis rebeldes al mandato de Jehová vuestro Dios, y no le creísteis, ni obedecisteis a su voz. Rebeldes habéis sido a Jehová desde el día que yo os conozco.
Me postré, pues, delante de Jehová; cuarenta días y cuarenta noches estuve postrado, porque Jehová dijo que os había de destruir. Y oré a Jehová, diciendo: Oh Señor Jehová, no destruyas a tu pueblo y a tu heredad que has redimido con tu grandeza, que sacaste de Egipto con mano poderosa. Acuérdate de tus siervos Abraham, Isaac y Jacob; no mires a la dureza de este pueblo, ni a su impiedad ni a su pecado, no sea que digan los de la tierra de donde nos sacaste: Por cuanto no pudo Jehová introducirlos en la tierra que les había prometido, o porque los aborrecía, los sacó para matarlos en el desierto. Y ellos son tu pueblo y tu heredad, que sacaste con tu gran poder y con tu brazo extendido.
(Deuteronomio 9:7-29)
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