Job 2:5-11
Pero extiende la mano y hiérelo, ¡a ver si no te maldice en tu propia cara!
—Muy bien —dijo el Señor a Satanás—, Job está en tus manos. Eso sí, respeta su vida.
Dicho esto, Satanás se retiró de la presencia del Señor para afligir a Job con dolorosas llagas desde la planta del pie hasta la coronilla.
Y Job, sentado en medio de las cenizas, tomó un pedazo de teja para rascarse constantemente.
Su esposa le reprochó: —¿Todavía mantienes firme tu integridad? ¡Maldice a Dios y muérete!
Job le respondió: —Mujer, hablas como una necia. Si de Dios sabemos recibir lo bueno, ¿no sabremos recibir también lo malo? A pesar de todo esto, Job no pecó ni de palabra.
Tres amigos de Job se enteraron de todo el mal que le había sobrevenido, y de común acuerdo salieron de sus respectivos lugares para ir juntos a expresarle a Job sus condolencias y consuelo. Ellos eran Elifaz de Temán, Bildad de Súah, y Zofar de Namat.
