Las 6 promesas de Dios a Abraham


Abram era un hombre temeroso de Dios que había nacido en Ur de los caldeos. Un día, cuando Abram tenía 75 años, el Señor le dio una promesa maravillosa. Encontramos esa promesa en Génesis 12.

El Señor le dijo a Abram: «Deja tu tierra, tus parientes y la casa de tu padre, y vete a la tierra que te mostraré. Haré de ti una nación grande, y te bendeciré; haré famoso tu nombre, y serás una bendición.
Bendeciré a los que te bendigan y maldeciré a los que te maldigan; ¡por medio de ti serán bendecidas todas las familias de la tierra!
(Génesis 12:1-3)

Junto con la promesa, Dios llamó a Abram a dar un gran paso de fe y de obediencia. Abram debía dejar atrás todo lo que le era conocido para dirigirse a un lugar que Dios le mostraría. Él saldría de su tierra sin saber a dónde se dirigía, pero con su corazón lleno de esperanza por la gran promesa que Dios le había dado. Esa promesa constaba de 6 partes.

Las 6 partes de la promesa:

  1. Dios haría de él una nación grande: sus descendientes serían numerosos.
  2. Abram contaría en todo momento con la bendición de Dios.
  3. Abram sería famoso, su nombre sería conocido por todas partes.
  4. Él no solo recibiría bendición, sino que también sería de bendición a otros.
  5. Dios bendeciría a los que bendijeran a Abram y maldeciría a los que lo maldijeran.
  6. Por medio de Abram, todas las familias de la tierra recibirían bendición.

Abram era un hombre de fe que amaba a Dios y obedeció. Tomó a su esposa Sarai y a su sobrino Lot, junto con todos los bienes que había acumulado, y salió sin saber el lugar de su destino. Abram y Sarai no tenían hijos, pues ella era estéril. Pero ese detalle no fue suficiente para que Abram dudara sobre la promesa de que Dios haría de él una gran nación.

Con el pasar de los años, Abram continuó siendo fiel a Dios, aunque todavía no tenía un hijo. Su criado, Eliezer, era considerado su heredero. Pero un día Abram tuvo una visión en la cual Dios le aseguró una vez más que tendría un hijo biológico, el hijo de la promesa. En esa ocasión, Abram y Dios tuvieron una conversación en la que Dios le confirmó su promesa.

Después de esto, la palabra del Señor vino a Abram en una visión: No temas, Abram. Yo soy tu escudo, y muy grande será tu recompensa.
Pero Abram le respondió: Señor y Dios, ¿para qué vas a darme algo, si aún sigo sin tener hijos, y el heredero de mis bienes será Eliezer de Damasco? Como no me has dado ningún hijo, mi herencia la recibirá uno de mis criados.
¡No! Ese hombre no ha de ser tu heredero —le contestó el Señor—. Tu heredero será tu propio hijo.
Luego el Señor lo llevó afuera y le dijo: Mira hacia el cielo y cuenta las estrellas, a ver si puedes. ¡Así de numerosa será tu descendencia!
(Génesis 15:1-5)

Esa no fue la única ocasión en la que Dios ratificó su promesa a Abram. Lo volvió a hacer en otras ocasiones. Por ejemplo, en el capítulo 17 de Génesis, vemos que Dios no solo afirmó su promesa, sino que le cambió el nombre de Abram, que significa padre enaltecido, por el de Abraham, padre de muchos.

Este es el pacto que establezco contigo: Tú serás el padre de una multitud de naciones. Ya no te llamarás Abram, sino que de ahora en adelante tu nombre será Abraham, porque te he confirmado como padre de una multitud de naciones. Te haré tan fecundo que de ti saldrán reyes y naciones. Estableceré mi pacto contigo y con tu descendencia, como pacto perpetuo, por todas las generaciones. Yo seré tu Dios, y el Dios de tus descendientes.
(Génesis 17:3-7)

El hijo de la promesa fue Isaac, el hijo que Abraham tuvo con su esposa Sara (antes llamada Sarai). De la descendencia de Abraham e Isaac vino Jesús. Y Jesús fue realmente el cumplimiento total de la promesa que Dios le hizo a Abraham. Es por medio de Jesucristo, y a través de él, que son bendecidas todas las familias de la tierra. Por medio del sacrificio de Jesús en la cruz, se abrió el camino de salvación y vida eterna para toda la humanidad.

Versículos relacionados

Él contestó: Hermanos y padres, ¡escúchenme! El Dios de la gloria se apareció a nuestro padre Abraham cuando este aún vivía en Mesopotamia, antes de radicarse en Jarán. “Deja tu tierra y a tus parientes —le dijo Dios—, y ve a la tierra que yo te mostraré”.
Entonces salió de la tierra de los caldeos y se estableció en Jarán. Desde allí, después de la muerte de su padre, Dios lo trasladó a esta tierra donde ustedes viven ahora. No le dio herencia alguna en ella, ni siquiera dónde plantar el pie, pero le prometió dársela en posesión a él y a su descendencia, aunque Abraham no tenía ni un solo hijo todavía.
(Hechos 7:2-5)

Ahora bien, las promesas se le hicieron a Abraham y a su descendencia. La Escritura no dice: «y a los descendientes», como refiriéndose a muchos, sino: «y a tu descendencia», dando a entender uno solo, que es Cristo.
(Gálatas 3:16)

Si la herencia se basa en la ley, ya no se basa en la promesa; pero Dios se la concedió gratuitamente a Abraham mediante una promesa.
(Gálatas 3:18)

En realidad, si Abraham hubiera sido justificado por las obras, habría tenido de qué jactarse, pero no delante de Dios. Pues ¿qué dice la Escritura? «Le creyó Abraham a Dios, y esto se le tomó en cuenta como justicia».
(Romanos 4:2-3)

En efecto, no fue mediante la ley como Abraham y su descendencia recibieron la promesa de que él sería heredero del mundo, sino mediante la fe, la cual se le tomó en cuenta como justicia.
(Romanos 4:13)

Cuando Dios hizo su promesa a Abraham, como no tenía a nadie superior por quien jurar, juró por sí mismo, y dijo: «Te bendeciré en gran manera y multiplicaré tu descendencia». Y así, después de esperar con paciencia, Abraham recibió lo que se le había prometido.
(Hebreos 6:13-15)

Por la fe Abraham, cuando fue llamado para ir a un lugar que más tarde recibiría como herencia, obedeció y salió sin saber a dónde iba. Por la fe se radicó como extranjero en la tierra prometida, y habitó en tiendas de campaña con Isaac y Jacob, herederos también de la misma promesa, porque esperaba la ciudad de cimientos sólidos, de la cual Dios es arquitecto y constructor.
Por la fe Abraham, a pesar de su avanzada edad y de que Sara misma era estéril, recibió fuerza para tener hijos, porque consideró fiel al que le había hecho la promesa. Así que de este solo hombre, ya en decadencia, nacieron descendientes numerosos como las estrellas del cielo e incontables como la arena a la orilla del mar.
(Hebreos 11:8-12)

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