7 principales enseñanzas de Jesús (con explicación bíblica)


Las enseñanzas de Jesús son la base de nuestra fe. Jesús enseñó sobre muchos aspectos de la vida durante sus tres años de ministerio. Encontramos sus enseñanzas en los Evangelios de Mateo, Marcos, Lucas y Juan. Fueron muchos los temas importantes sobre los que Jesús habló y aquí veremos algunos de los principales.

1. Debemos amar a Dios de todo corazón

Amar a Dios con todo el corazón, con toda el alma, con toda la mente y con todas las fuerzas. Ese es el primer mandamiento y el más importante (Deuteronomio 6:5). Jesús recordó ese mandamiento en Marcos 12:29-30 al hablar con un maestro de la ley y enfatizó su importancia en varias ocasiones.

Tal como enseñó Jesús, el amor a Dios debe ser lo que impulsa la vida de sus seguidores. Recibimos el amor de Dios y somos transformados. Pero al corresponder su amor, no debemos hacerlo a medias o con tibieza. Todo nuestro ser debe rebosar de amor para con el Señor Dios todopoderoso, quien nos amó tanto, que entregó a su Hijo por nuestro perdón y salvación.

Este amor por Dios es, o debe ser, increíblemente fuerte: no depende de nuestros sentimientos ni de nuestras circunstancias. Está basado en la iniciativa que Dios tomó por amor a nosotros: dio a su Hijo Jesucristo para que podamos tener vida eterna por medio de él.

Jesús enseñó que mostramos ese tipo de amor por Dios a través de nuestra obediencia: «Si ustedes me aman, obedecerán mis mandamientos» (Juan 14:15).

¿Quieres aprender el amor a Dios? Amar a Dios sobre todas las cosas: lo que significa (reflexión bíblica)

2. La importancia del perdón

¿Deseamos que Dios perdone nuestros pecados y nuestras ofensas? Entonces, debemos estar dispuestos a perdonar. Dios siempre perdona a un corazón arrepentido. Sin embargo, obedecer a Dios en el área del perdón muestra cuán profunda es nuestra fe en él y cuán grande es nuestro deseo de agradarle en todo.

Jesús dijo: «Porque, si perdonan a otros sus ofensas, también los perdonará a ustedes su Padre celestial. 15 Pero, si no perdonan a otros sus ofensas, tampoco su Padre les perdonará a ustedes las suyas» (Mateo 6:14-15).

En una ocasión, Pedro, discípulo de Jesús, le preguntó: «Señor, ¿cuántas veces tengo que perdonar a mi hermano que peca contra mí? ¿Hasta siete veces?» Jesús no aplaudió a Pedro por estar dispuesto a perdonar a alguien hasta siete veces. ¡No! Le dijo, «No te digo que hasta siete veces, sino hasta setenta veces siete».

Vemos que Jesús habló del perdón como algo que debemos estar dispuestos a dar siempre. No es fácil, pero, Dios nos llama a hacerlo por nuestro propio bien. Por supuesto, lo más importante es que si perdonamos, Dios también nos perdonará.

Pero hay otro beneficio: cuando perdonamos, nos liberamos de la amargura y del rencor, no dejamos que la otra persona tenga poder sobre nuestras emociones o reacciones. El perdón es liberador y Dios desea que vivamos libres de toda atadura.

3. Quien quiere ser grande en el reino de Dios, debe servir a otros

Muchas veces, las enseñanzas de Jesús parecen chocar con lo que la sociedad dice.

Por lo general, el ser humano desea reconocimiento y grandeza, pero el que recibe a Jesús en su corazón, debe vivir conforme a sus enseñanzas. Jesús enseñó claramente a sus discípulos que cualquiera que desee ser el primero, grande o importante, «debe ser el último de todos y el servidor de todos» (Marcos 9:35).

Con Jesús, el liderazgo está basado en la humildad y el servicio. Él fue el primero en dar ejemplo. Antes de la última cena con sus discípulos, Jesús les lavó los pies, dando ejemplo de servicio (Juan 13). Y en Filipenses 2 se nos exhorta a tener la misma actitud que tuvo Jesús, quien siendo igual a Dios, no se aferró a eso, sino que se humilló hasta la muerte de cruz.

En vez de buscar crecer y ser reconocidos, Jesús nos mostró que somos realmente grandes cuando servimos a Dios y a los demás de todo corazón.

4. La importancia de orar al Padre

Jesús, aun siendo Dios encarnado, dio mucha importancia a la oración y a pasar tiempo en la presencia de Dios. En muchas ocasiones, Jesús se levantaba temprano en la mañana para tener un tiempo a solas con el Padre. También hubo ocasiones en las que se apartó de sus discípulos y de las multitudes para ir a descansar y orar.

Jesús vino a la tierra como ser humano y, aunque no dejó de ser Dios, sí eligió tener las mismas necesidades y sentimientos que cualquier otro ser humano. Por eso, él experimentó la necesidad de buscar la dirección y compañía del Padre en todo momento. Muchas veces no es fácil entender esta dimensión de Jesús, pero esa es la razón por la que él daba prioridad a pasar tiempo con el Padre.

En la Biblia encontramos varias oraciones de Jesús, algunas muy cortas, y otras más extensas. Encontramos dos oraciones de sus oraciones extensas en Juan 17, cuando Jesús oró por sí mismo, por sus discípulos y por todos los que hemos creído después, y en Mateo 6:9-13, donde encontramos la oración del Padre nuestro.

Al hablar con Dios, nuestro espíritu se fortalece. Démosle a la oración la importancia que merece.

5. Nos dejó una misión: hacer discípulos, alcanzar a otros con el evangelio

Jesús nos encargó llevar su mensaje a todas las naciones. Si hemos recibido el regalo de la salvación por medio de él, tenemos el llamado de ir y hacer discípulos de todas las naciones, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, enseñándoles a obedecer todo lo que él nos mandó a nosotros (Mateo 28:19-20).

Sin embargo, no nos dejó solos para cumplir esa misión: él mismo prometió estar con nosotros todos los días hasta el fin del mundo. Cuando llevamos el mensaje del evangelio a los que nos rodean, estamos esparciendo la esperanza que hay en Jesús. El mundo está lleno de dolor, preocupaciones, ansiedades y pecado. Cristo es la esperanza para todos los que nos rodean.

Jesús nos dejó esa misión, y con la ayuda del Espíritu Santo bendecimos a los que están a nuestro alrededor. Cada vez que compartimos su amor y su mensaje con los demás, estamos colaborando para que Cristo pueda volver a la tierra, esta vez a reinar por toda la eternidad (Mateo 24:14).

6. Él acercó el reino de Dios a la tierra

Jesús inició su ministerio predicando lo siguiente: «Arrepiéntanse, porque el reino de los cielos está cerca» (Mateo 4:17). La misión que el Padre le dio a Jesucristo fue esa, acercar el reino de los cielos a la tierra.

¿Cómo lo hizo? Jesús sanó enfermos, liberó endemoniados, resucitó muertos, perdonó pecados, transformó corazones y familias completas con su mensaje de salvación. Todo el que se le acercó con fe, recibió un toque de su mano y su vida no volvió a ser igual.

La Biblia dice en 1 Corintios 4:20, que el «reino de Dios no es cuestión de palabras, sino de poder». A través de Jesucristo, su presencia y sus enseñanzas, el reino de Dios se manifestó poderosamente en la tierra. Arrepentirse de los pecados y aceptar a Jesús, el Hijo de Dios, son los primeros pasos para ver la manifestación del reino de Dios en nosotros.

7. Somos salvos a través de Jesús

Jesús enfatizó y dejó claro que él es el único camino a Dios Padre y el único a través del cual obtenemos la salvación y el perdón de nuestros pecados. En Juan 14:6, mientras hablaba con sus discípulos, él dijo, «Yo soy el camino, la verdad y la vida —le contestó Jesús—. Nadie llega al Padre sino por mí».

Todo el que desea acercarse a Dios Padre, debe hacerlo a través de Jesús. Basta reconocerlo como Señor y Salvador, pues Jesús es la puerta a la salvación (Juan 10:9).

En la Biblia encontramos una conversación de Jesús con Zaqueo, un hombre rico y recaudador de impuestos. Ese encuentro con Jesús transformó a Zaqueo por toda la eternidad.

Jesús, al ver el corazón abierto, sincero y dispuesto de Zaqueo, le dijo: «Hoy ha llegado la salvación a esta casa —le dijo Jesús—, ya que este también es hijo de Abraham. Porque el Hijo del hombre vino a buscar y a salvar lo que se había perdido» (Lucas 19:9-10).

Zaqueo recibió la salvación de su alma en ese momento. De la misma forma, todavía hoy Dios desea alcanzar a los seres humanos y ofrecerles la salvación, el perdón de sus pecados y la vida eterna.

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